Con forma de corazón humano
Viajar por África puede no ser la fórmula suprema de la felicidad, pero se parece bastante. El continente con forma de corazón humano tiene una superficie de más de treinta millones de kilómetros cuadrados, está dividido en cincuenta y cuatro países que acogen a más de 400 millones de seres humanos que hablan más de quince mil lenguas e incontables dialectos.
La diversidad de su clima y su vegetación, de su vida animal, de sus manifestaciones culturales, es tan grande como su tamaño. En sólo unos minutos se puede ascender a los cielos y descender a los infiernos. No es posible aburrirse en África.
El continente vecino se ha convertido últimamente en un punto de mira del Occidente. Objetivo de numerosas publicaciones, destino de viajeros de toda índole, inspiración de obras literarias, música ya artes plásticas, África sigue siendo un gran rompecabezas.
Un viajero británico del XIX dijo una vez: «Es esta una tierra maravillosa. Sea cual sea el hechizo, se adueña de uno y una vez que se ha sentido el poderoso influjo, nunca se puede olvidar»…. otros lo llaman «el mal de África», un sentimiento que suele afectar a los viajeros que visitan el continente y los síntomas son la necesidad de volver, la nostalgia o añoranza por lo que se ha vivido en él. África, la cuna de la humanidad, un continente que aún presenta todos los procesos y los tiempos de la historia del ser humano, desde el neolítico a la actualidad, tiene -sin duda- algo que engancha. Confieso que yo lo tengo …
Los europeos comenzamos a conocer África visitando los países del norte, de cultura árabe y religión musulmana mayoritariamente, por su cercanía geográfica. Yo viajé a Egipto por primera vez en 1981, cuando vivía en Roma, y regresé 20 años después. En cambio no conocí Marruecos hasta el año 2004, y fue solo una corta estancia en Marrakesh y Essauira. Pero viajar a alguno de los países del África negra, ese África profunda que la mayoría solo conocen por fotografías o documentales, no se cruzó en mi camino hasta 2005 cuando mi amiga Flavia me invitó a visitar Tanzania, donde ella vivía como jueza de la Corte Penal Internacional por los crímenes de Ruanda.
Fueron 3 semanas maravillosas viviendo en su casa de Arusha casi casi como una nativa (pero blanca). Esa oportunidad me ofreció la ocasión de conocer dos lugares míticos en el imaginario de cualquier viajero/aventuero, el Serengueti y el Ngorongoro.