Cuzco, cerca del cielo

Llegar a la mítica Cuzco, después de recorrer parte de los Andes, dede Andahuaylas, impone, este es el “ombligo del mundo” del imperio inca, en plena cordillera andina, donde da la bienvenida el soroche, la denominación local del mal de altura. Su patrimonio arqueológico se enmaraña con la herencia española que levantó iglesias, palacetes y casonas sobre edificios de la ciudad incaica. En sus calles laten dos corazones, el colonial y el inca, omnipresente. Por algo Cuzco, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco desde 1983, es conocida como la capital arqueológica de Sudamérica o «la Roma de América».

Situada en el corazón de los Andes, esta ciudad se convirtió bajo el gobierno del Inca Pachacutec en un centro urbano complejo con funciones religiosas y administrativas diferenciadas. Su área circundante estaba dividida en zonas claramente delimitadas para la producción agrícola, artesanal y manufacturera. Al adueñarse de la ciudad en el siglo XVI, los conquistadores españoles conservaron su estructura, pero construyeron iglesias y palacios sobre las ruinas de los templos y monumentos de la ciudad incaica. (Unesco, Patrimonio Mundial de la Humanidad)

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Su centro es la plaza de Armas; los incas la llamaban Huacaypata y era tan grande que con la llegada de Pizarro en 1532 se dividió en dos mediante un grupo de edificios porticados de clara influencia extremeña para así crear otra plaza, la del Regocijo. Son foros donde se sigue celebrando el Inti Raymi o fiesta del Padre Sol el 24 de junio y en los que se erigen la iglesia de la Compañía de Jesús y la catedral basílica de la Virgen de la Asunción, levantada sobre el antiguo palacio de Viracocha, la divinidad inca.

A pocos pasos se halla uno de los mayores orgullos de los cuzqueños, el Qorikancha, el templo del Sol y el centro astronómico más importante del imperio inca, sobre el que se construyó el convento de Santo Domingo. Un fuerte terremoto en 1950 causó graves daños en la parte colonial al usarse yesos y argamasas con el fin de tapar todo rastro inca, mientras que con él afloraron esos muros sobre los que se asentaba y que resistieron el envite a base de bloques de roca maciza perfectamente tallados y ensamblados con ventanas y puertas trapezoidales por los incas seiscientos años atrás. Desde entonces, ambos templos comparten protagonismo, aunque sin el oro que antaño recubrió sus paredes y que fue a parar a las arcas de la corona española.

Toda planta urbana inca relevante adoptaba una forma divina, y en el caso de Cuzco fue el puma cuya cabeza era Sacsayhuamán, una fortaleza ceremonial enclavada al norte sobre una de sus colinas y uno de los lugares desde donde disfrutar del atardecer.

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Después de la primera noche en nuestro hotel Cusco Jungle, despedimos a Martha pues regresaba a Lima para pasar fin de año con su familia. Las tres mosqueteras fuimos antes a almorzar al restaurante de Gastón Acurio en Cusco, «Chicha» (http://www.chicha.com.pe/), hermano del que hay en Arequipa. Eran fechas navideñas, con cientos de visitantes recorriendo la ciudad y queriendo comer en los mejores lugares, pero nuestro poder de convicción hizo que nos dieran mesa.

El menú fue incomparable:

La noche del 31 de diciembre es una gran fiesta en Cusco. El mercado navideño callejero dura toda la noche y los puesto de comida en la calle son innumerables. El corre corre con las ultimas compras atasca la ciudad y nadie olvida los regalos tradicionales: una pieza de ropa interior amarilla, uvas, vino y algunos dulces. Para nosotras fue una experiencia divertida y en concreto para mi muy habitual.

Lo mejor fue salir a pasear el día 1 de enero por una ciudad tranquila y apacible, disfrutando de la arquitectura colonial y la mañana soleada que invitaba a sentarse a observar las familias que se hacían fotos en las plazas.

En el capítulo dedicado a Arequipa les conté sobre el gran descubrimiento de ese mundo gastronómico de Las Picanterías. Bueno pues, también en Cusco existen algunas de las más famosas y tradicionales del Altiplano. Las dueñas on mujeres como Gualberta Ramos Carrasco, que fundó Quinta Wally en 1976, en la cuadra 5 de la avenida Alta, donde prepara chuleta a la brasa con mote y moraya, además de un capchi de setas que la ha hecho famosa y que para mi fue un gran descubrimiento. Frente a ella están Felicidad (Adela) Tapia Álvarez y su esposo Francisco Ballón Mujica, tercera generación de picanteros de La Quinta Eulalia, que se instaló en la calle Choquechaca en 1941, y le dio el nombre de la matriarca que llegó de Acomayo a Cusco. Allí estuvimos almorzando un día y realmente fue un deleite de sabores.

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