Arequipa, ciudad blanca
Situada en la falda de un volcán activo, el Misti (5.800 mts.) y cerca de otros dos el Chachani y el Pichi Pichu, Arequipa tiene en su historia más de catorce destrucciones debidas a la furia de estos Apus protectores. Quizás lo que no les gusta a los Apus es que esta ‘ciudad blanca’ lo sea por el color de la piedra sillar con que se construyeron la mayoría de sus bellos edificios coloniales, y porque ‘blanca’ es la población, ya que los colonizadores se encargaron de no mezclarse con la población indígena.
Arequipa, ciudad natal de Vargas Llosa, es el segundo centro urbano de Perú y una de las ciudades más bonitas del país, cuyo centro es también Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000. Construidos con la roca volcánica denominada sillar, los edificios del centro histórico de Arequipa son representativos de la fusión de las técnicas de construcción europeas y autóctonas, plasmadas en el trabajo admirable de los arquitectos y maestros de obras españoles y los albañiles criollos e indígenas. Esa fusión se patentiza en los robustos muros de las edificaciones, las arcadas y bóvedas, los patios y espacios abiertos, y la compleja decoración barroca de las fachadas. (Unesco dixit)
Es realmente una belleza de ciudad y poder combinar su visita con la participación en el Hay Festival, la primera vez que se realiza en Perú, en la ciudad natal de Vargas Llosa, es un verdadero lujo. Él no participa pero en cambio me encuentro con su ex-esposa Patricia tomando café y algunos de sus hijos. Su hija Morgana inaugura una exposición fotográfica muy interesante sobre Lima («Mírame Lima»). Algún chismoso me cuenta que la ex le puso como condición para el divorcio que NUNCA llegara a Arequipa con la Preysler … y estaremos a ver si lo cumple.
Me instalo en una casa privada del centro (siempre Airbnb) y me lanzo a recorrer las distintas sedes del Festival donde escuchar a personajes del mundo de la Literatura (Bryce Echenique, Sergio Ramírez, Alessandro Baricco, Fernando Ampuero, los colombianos Héctor Abad Faciolince y Daniel Samper, Steven Fowler, Laura Restrepo, la española Marta Sanz), del arte (el peruano Fernando de Szyszlo), de las Humanidades (Christiane Taubira, ministra de Justicia de Francia entre el año 2012 y el año 2016, Jody Williams, Ahmed ben Tahar Galai, vicepresidente de la Liga Tunecina de los Derechos Humanos, organización perteneciente al Cuarteto de Diálogo Nacional Tunecino, galardonado con el Premio Nobel de la Paz 2015). Y como no del mundo gastronómico peruano: Gastón Acurio, Alonso Ruiz Rosas y Mitsuharu Tsumura en conversación con Ignacio Medina, un crítico español afincado en Perú que es como un dios para los que se dedican a la restauración.
Tres días muy intensos, todo enmarcado en unos espacios artísticos coloniales de gran elegancia, casonas señoriales de otras épocas que hoy han sido restauradas para el deleite del visitante.
Las picanteras de Arequipa
“Pocos años después de que los españoles fundaran Arequipa, en 1540, la ciudad estaba llena de chicherías. Había tantas como casas, porque casi todo el mundo hacía su propia chicha de guiñapo [una bebida a partir de maíz negro germinado y molido con un bajo grado de alcohol]. Los españoles abrieron sus tabernas, pero eso era algo muy aristocrático para el pueblo y ellos estaban acostumbrados a beber su chicha que, además, es un alimento muy nutritivo, desde el periodo preincaico”, explica Roger Falcón, uno de los tres hijos de Benita Quicaño, que hace un par de años decidió cambiar la arquitectura por la cocina. Benita es la séptima generación de una familia de picanteras, y permanece en su local ‘La Benita’, en el barrio de Chatracato, desde hace décadas. Las chicherías ofrecían gratis platillos para picar [picantes] para que los clientes consumieran más chicha; pero esos platos eran tan ricos que empezaron a cobrarlos y a dar gratis la chicha. Así nacieron las picanterías”, me explica Mónica Huertas, otra picantera de raza quien está al frente de La Nueva Palomino desde 2004. “Yo no tenía ninguna intención de dedicarme a este negocio, que han llevado las mujeres de mi familia desde principios del
siglo XIX; pero cuando mi mamá enfermó me hizo prometerla, incluso ante notario, que tendría la picantería abierta al menos seis años. Ella sabía que, después de ese tiempo, yo amaría la picantería, como así ha sido”, revela Huertas,
http://www.sociedadpicanteradearequipa.pe/
Otras picanterías de fama en Arequipa, cuyos locales tienen más tirón que los restaurantes de postín, son la Cau-cau, y la Palomino, ambas en el barrio de Yanahuara,