Quito, la ciudad inca de Atahualpa
Y llegó el momento de dejar Perú y volar a Quito, capital de Ecuador, y capital andina por excelencia. No hay vuelos de bajo coste entre Lima y Quito, así que me toca pagar una tarifa alta para este vuelo de dos horas con Avianca ($ 294.00). El aeropuerto de la capital ecuatoriana no es grande y es nuevo, funcional y agradable. Aunque está muy lejos de la ciudad, las posibilidades de transporte público barato existen y yo no dudé en tomar el bus popular que solo me costó dos dólares. Dólares, si, dólares norteamericanos son la moneda ecuatoriana desde el año 2000, y como ocurrió en España, cuando se introdujo el euro como moneda oficial, la vida se volvió cara para el ciudadano de a pie, sobre todo porque los salarios siguen siendo muy bajos.
Había reservado una habitación, a través de Airbnb, en un apartamento que lucía muy confortable y bastante céntrico. La verdad es que he tenido mucha suerte. La dueña, Doris Pilar, es una boliviana afincada en Quito y muy buena anfitriona. Recomendable 100%.
Vista desde arriba, Quito es una ciudad alargada y estrecha. Se desarrolló comprimida entre dos cadenas de montañas y ahora la ciudad se desparrama por el valle como un río de casas, historias y gentes. La urbe se ha ido desarrollando sobre la antigua civilización quitu-cara, inca y española. Situada a 2.800 m.s.n.m., esta capital disfruta de cielo azul, varios parques y zonas verdes y un tráfico intenso (ahora están construyendo una línea de metro). Está cercada de volcanes y rodeada de campos de rosas, y sobre todo, es la ciudad capital más cercana a la mitad del planeta.
Fundada en el siglo XVI sobre las ruinas de una antigua ciudad inca y encaramada a 2.850 metros de altitud, la capital de Ecuador posee el centro histórico mejor conservado y menos alterado de toda América Latina, a pesar del terremoto que la sacudió en 1917. Suntuosamente ornamentados en su interior, los monasterios de San Francisco y Santo Domingo, así como la iglesia y el colegio de la Compañía de Jesús, son un acabado ejemplo del arte de la escuela barroca de Quito, en el que se funden las influencias estéticas españolas, italianas, mudéjares, flamencas e indígenas (Unesco, Patrimonio de la Humanidad)
Quito es la ciudad de los mil miradores. Rodeada de montañas, cualquier descuido te lleva a un panorama deslumbrante. Hay dos que no quise perderme, el cerro Panecillo y el volcán Pichincha, cuyo acceso es en un moderno teleférico que sube a los 4.100 m.s.n.m. y desde donde algunos días puede verse hasta el volcán Cotopaxi, a 90 kms. Ah!!!! Que maravilla esa sensación de volar y posarse, como un cóndor, en la cima de una montaña para disfrutar de la inmensidad de la naturaleza.
Los españoles levantaron el centro de Quito sobre la ciudad inca de Atahualpa. Siete iglesias sustituyeron a siete templos indígenas, entre ellas la de San Francisco, que tardó cincuenta años en ser construida bajo las órdenes del primo del rey Carlos V.
Quito está construido sobre las faldas de un volcán, el Pichincha. Fue el científico Alexander Von Humboldt, a principios del s.XIX, quien bautizaría el valle interandino de Ecuador como Avenida de los Volcanes. Hay en ella más de 70 montañas de fuego que, a modo de collar de perlas, abrazan desde la frontera colombiana hasta el sur del país. Y Quito está justo en el centro.
Un buen modo de conocer una ciudad importante e intuir que partes merecerán posteriores visitas y paseos es recorrer lo más señalado de la mano de los buses turísticos, esos generalmente rojos y de dos pisos. Eso hice en Quito y sin duda fue lo más acertado.
La Ronda, la calle más antigua de la ciudad, conserva los balcones construidos para que las señoritas fueran testigos ocultos de todos los movimientos de la calle. Impresionante, en esa misma calle, la iglesia de la Compañía de Jesús, una de las más suntuosas de las que pueden verse en América. Se emplearon veinticuatro kilos de pan de oro (ese material que de tan liviano es casi volátil) para el interior de esta basílica cuya decoración recuerda la de los grandes palacios mudéjares. En su interior reposan los restos de Santa Mariana de Jesús, la primera santa ecuatoriana. La Ronda, antigua callejuela salpicada de prostíbulos, delincuentes y antros de mala muerte y actual zona de moda para salir de marcha. En lo que antes eran maltrechas casonas coloniales de techos altos y suelos de madera ahora han surgido bares, restaurantes, galerías de arte, talleres, tiendas de artesanos y salas con música en directo. Eso sí, los infinitos locales de La Mariscal (ya en la zona norte) siguen congregando a propios y extraños cuando llega la noche. Al igual que en el barrio de Guápulo, de aires algo más bohemios.
En la actualidad, una parte del edificio es el Centro de Cultura oficial y siempre ofrece exposiciones y actividades muy interesantes. Incluso un pequeño restaurante muy agradable para desayunos y almuerzos. Allí probé un plato muy típico, la fanesca, una típica sopa de tiempos prehispánicos.
En todas las ciudades coloniales de América, el parque central sirve de núcleo inicial para empezar un recorrido histórico, para empezar por la catedral, palacio municipal y quizás universidad. Pues en Quito existen además dos importantes palacios, el Carondelet, sede del Gobierno federal y el Hotel Plaza Grande.
En el barrio de San Roque y en los aledaños del emblemático ‘el Panecillo’, el cerro situado al sur del casco antiguo, se habla el ‘kichwa’ (quechua), esa lengua que trajeron los incas de Perú hace cientos de años y que se quedaría aquí para siempre. El centro neurálgico del barrio es el mercado de San Roque, al que acuden las mujeres ataviadas con indumentarias andinas y vistiendo esos gorros tan particulares tocados con una pluma, que son herencia del que lucían las españolas en tiempos de la colonia.
Hay en Quito otros grandes monumentos históricos, y me llamó la atención la imponente Basílica del Voto Nacional (curioso nombre), la iglesia neogótica más importante de Ecuador. La Basílica fue construida en el céntrico barrio San Juan. En 1890 se puso la primera piedra. Tiene siete puertas de acceso, tres en la fachada y cuatro laterales. Su diseño, en forma de una cruz gótica, fue realizado por el arquitecto francés Emilio Tarlier desde 1890. La influencia europea se destaca en La Basílica, pues la fachada se parece a la Catedral de Burgos y a la de Notre Dame (Francia). La diferencia está en el color de la piedra.
La nueva cocina quiteña apuesta fuerte por recuperar la cultura gastronómica de los incas. Para ello, los nuevos chefs utilizan ingredientes que ya se usaban hace cientos de años, como el cacao (del nahua cacáhuatl) o el maíz tierno o el choclo (del quechua chocllo). Ahora están de moda recetas como la fanesca -una típica sopa con la que en tiempos prehispánicos se festejaba el inicio de las cosechas- o el sempiterno ají, esa salsa picante que acompaña todos los ágapes y que ahora se reinterpreta añadiéndole, incluso, chocolate. Uno de los restaurantes más afamados es Patria, en el barrio La Mariscal (simpático nombre) donde el ‘super’ chef Mauricio Acuña (estuvo trabajando en El Bulli) ofrece los sabores de su país en platos como Atún de Galápagos con hojas de papas moradas. La Mariscal es el barrio más céntrico del Quito moderno. Su punto clave es la plaza El Quinde, conocida como plaza Foch o más popularmente como gringolandia, un lugar rodeado por reflejos de neón y ambiente jaranero, al que acuden por igual quiteños que turistas extranjeros las noches de los fines de semana. Es el barrio ideal para alojarse.
A las afueras de las zonas o distritos céntricos se constituyó hace años Guápulo, es el barrio bohemio de Quito. Su monasterio fue construido por los conquistadores españoles que andaban en busca del legendario El Dorado. De aquí partían para cruzar los Andes y dirigirse a la Amazonía, por lo que esta basílica era su última oportunidad, antes de lanzarse a tan arriesgada empresa, de encomendarse a todos los santos. Uno de aquellos castellanos que harían parada y fonda en Guápulo fue Francisco de Orellana, quien pasaría a la historia por ser el descubridor del río Amazonas.
Desde hace unos años, en Guápulo se ha asentado una nutrida comunidad de artistas y se han abierto numerosos talleres y galerías de arte. Esta nueva corriente convive con los modos de vida más tradicionales y hay familias, por ejemplo, cuya economía se nutre de sus granjas y sus huertos. Además de los talleres artísticos -privados o compartidos- muchas vecinas del barrio trabajan en sus propias casas, ya sea tejiendo o pintando artesanías que luego se venderán en mercados y ferias. Allí vive mi amigo y colega Antonio Vacas, con quien pasé un día de recuerdos y paseos por esta que es ahora su ciudad.
Con Antonio fui a conocer el Museo de Guayasamín, uno de los pintores ecuatorianos más reconocidos a nivel internacional, cuya casa-museo acoge su increíble e interesante colección, en el barrio de Bellavista. La Capilla del Hombre es una construcción monumental que -igual que haría Dalí con el Teatro-Museo de Figueres- el propio Guayasamín concibió para albergar su obra antes de morir. Pintar era su modo de protesta y muchas de sus obras reflejan a los pueblos oprimidos y a quienes sufrieron injusticias o esclavitud.
Y no puedo dejar de hablar de un producto ecuatoriano delicioso, el chocolate. Ecuador es un gran productor de cacao y desde hace años la industria chocolatera ha desarrollado mucha tecnología e investigación para ofrecer actualmente una atractiva variedad de deliciosas variedades. En muchas chocolaterías ofrecen clases-degustación gratuitas con catas de diferentes tipos de torrefacción y graduación del cacao. Muy ilustrativo.