El delta del Mekong
En busca de ese paisaje idílico, lleno de arrozales con brillantes tonalidades de verde, tantas veces soñado en libros y guías sobre Indochina, me dispuse a descubrir el delta del rio Mekong, un mundo acuático donde barcas, casas y hasta mercados flotan sobre rios, canales y meandros.
Pensé que con tres días tendría suficiente y utilizando una línea de autobuses que funcionan tan bien con el Alsa en territorio ibérico llegué y me instale en Can Tho, la ciudad más grande de la región y epicentro desde donde resulta fácil moverse.
El gran Mekong se divide en cinco ramales (a modo de los dedos de una mano) cuando llega al final formando el delta. Can Tho creció a orillas de uno de estos ramales, el río Bassac. La ciudad es bastante grande como para mostrar los aspectos mas caóticos de las ciudades asiáticas: ruido, tráfico, suciedad y -en este caso- calor húmedo. La primera impresión fue negativa, lo reconozco.
Como el atractivo de este delta es recorrer sus canales en las embarcaciones típicas de esas gentes, los tres dias que permanecí en el delta los dediqué a «pasearme» relajadamente en barcas manejadas por mujeres (otro ejemplo de mujer trabajadora). Estos paseos me reconciliaron con el paisaje y la naturaleza rural de esta zona, a menudo con el motor apagado para escuchar los sonidos puros y genuinos. En cambio los mercados flotantes me decepcionaron. No encontré esa belleza que admiro de muchas fotos de viajeros. En las mías se nota la escasa belleza.
Tuve la suerte de contar con Quyên como guía en dos excursiones, y una vez más quedé fascinada al conocer sus inquietudes y sus anhelos de jovencita estudiante aún soltera soñando tener pronto una familia, y sobre todo un novio.
Una vez más comprobé lo fácil y agradable que resulta compartir con jovenes asiáticas puntos de vista sobre el papel de la mujer en mi sociedad y en la de ellas. Deseosas de aprender de nuestras formas de relacionarnos con los hombres y abiertas al compartir sus compromisos y obligaciones familiares.
Es costumbre entre las familias campesinas enterrar a sus antepasados en los mismos campos (casi siempre de arroz) construyendo pequeñas tumbas, unas más lujosas que otras, como queriendo tener presentes y cercanos en sus tareas diarias. Sobre ese verde brillante destacan esas pequeñas sepulturas en colores que contrastan. Pero pueden encontrarse en el patio de casa o en un terreno cercano de su propiedad.
Curiosidad: en el Sur de VietNam, en los innumerables comedores que hay al borde de las carreteras observé con frecuencia un «tenderete» anexo consistente en un tordo bajo el que cuelgan varias hamacas para uso del personal. Pregunté y me explicaron que se llama «café-hamoc» y sirven para que el cliente dedique un rato de su ajetreado día a descansar y echar una mini-siesta para seguir currando (como solo ellos saben currar). Me pareció una idea patentable en nuestro llamado primer mundo.